Taller del número dos

La segunda semana, nos propusieron trabajar con los alumnos de Terciario. Son unos 70, en total, y, para poder tener grupos de número más o menos potable, decidimos dividirlos en tres: uno lo tomaría Cristian, profesor de plástica de Valdocco; otro Lechu, para trabajar con la música; el otro yo, para hacer un taller de escritura.

Ya el viaje pasado, cuando estuve hace dos meses había hecho algo similar. Y me parecía importante retomarlo, ya que había visto gran necesidad de escritura expresiva en muchos de los participantes, además de varios que me habían manifestado su gusto por el clima de los talleres. De todas maneras, se trataba de trabajar con la totalidad de los alumnos. Y eso implica, siempre, que algunos no estén tan a gusto.

Aún así, decidimos mantenerlo como una actividad obligatoria, en parte por decisión de la coordinación de la institución, en parte por ser algo nuevo, desconocido para muchos de ellos, que no iban a tener toda la información para optar realmente. También, en parte, quizá, como desafío.

El desafío también se planteaba en el armado del módulo. Estando de viaje, aunque llevamos algunas cosas, no son tantas. Estoy acostumbrado a trabajar con textos disparadores, y ellos en general vienen de libros. No los tenía ahora. La biblioteca estaba entonces reducida a lo poco que trajimos, los libros de Valdocco y, claro, mi memoria: el principal soporte con el que quiero trabajar.

Se trata de generar espacios donde propiciar la expresión. El desafío es hacerlo con lo puesto y poco más. En lo posible, eso poco más que sea de lo que hay en el lugar.

Así fue como pensé, en la siesta, cómo iba a ser el módulo. Y quedó lo siguiente.

Taller del número dos

0. Punto de partida: decir L´homme et la mer (de Baudelaire, lo se de memoria) en francés y en castellano.

Ya el hecho de escuchar un poema en francés es una experiencia nueva (¿y que podría llamar “poética”?) para casi todos los participantes. Bienvenido entonces.

1. Viaje hacia el mar: improvisando con las palabras, propongo tomar como punto de partida la imagen que haya generado el poema de Baudelaire para cerrar los ojos y avizorar el mar. Aunque muchos nunca estuvieron en el mar, no importa. Que se acuerden de imágenes de la televisión, de películas.

Entonces continúo con lo sensorial. Mientras me muevo por todo el espacio, voy describiendo olores, sabores, texturas, imágenes y sonidos marinos. En el final, describo el movimiento de expansión y concentración de las olas: va y viene, va y viene, va y viene…

Les propongo que escuchen la propia respiración con el mismo movimiento. Que sientan el aire entrar y salir. Y, así, hablo un poco acerca de todo lo que, en el mundo, es de a dos y complementario (Tao). Vuelvo al mar y la respiración y los hago abrir los ojos.

2. Recolección de palabras: una lista grande de cosas que, en la vida y en el mundo, se oponen y complementan.

3. Tal como muchas cosas son así, de a dos, en la vida, a veces necesitamos maneras de expresarlas, de encontrarles sentido. Así introduzco el poema de Federico con el que voy a trabajar. Lo tomé de un libro en Valdocco, aunque a esta altura ya me lo aprendí.


Balanza

La noche quieta siempre.

El día va y viene.

La noche muerta y alta.

El día con un ala.

La noche sobre espejos.

El día bajo el viento.

(tomado de Mariposa del aire, Colihue)

Lo repito varias veces, y propongo:

Tomando las propias percepciones del día y la noche, robar la estructura (El día… La noche… El día… La noche… El día… La noche…) y, aprovechando las palabras recolectadas, escribir.

Agarro entonces la guitarra y, clima de fondo, adelante.

Luego, puesta en común.

El número dos en Valdocco

Hice el taller con tres grupos distintos del terciario. Y, aunque los tres fueron diferentes, hay algunas cosas que puedo registrar en común, tanto respecto al grupo como respecto a mí. Los textos que escribieron se los dejé, no los tengo. Aunque muchos los fui viendo porque, aunque no llegamos a hacer la puesta en común (la dejé para el día siguiente y luego no pude volver a reunirme con ellos por modificaciones del día en Valdocco) mientras escribían, me iba acercando a conversar acerca del texto y el proceso de escritura.

En muchos de los casos, la intervención fue proponerles releer pensando qué palabras realmente habían elegido ellos y tenían que ver con su propia mirada, y a partir de ahí reescribir. Muchas veces, les señalaba cosas que para mí eran muy propias y otras que tenían más que ver con los lugares comunes, aclarando que no es que el lugar común esté mal, sino que hay que saber que lo es y, en todo caso resignificarlo o asumirlo como tal. Pero que, al mismo tiempo, todos tenemos posibilidad de hallar palabras propias.

Como balance de estos talleres, me quedan varios puntos para anotar:

- Creo que tanto el momento del poema en francés como la ensoñación con ojos cerrados valen por sí mismos, y son momentos poéticos que, para muchos de ellos pueden haber sido ricos. De hecho (y como Mercedes siempre me enseñó que le enseñó Paco Cabrera) con que para uno solo haya sido una experiencia intensa, ya vale la pena.

- Relajé, como tallerista, varias cosas que considero importantes pero que, evidentemente, no son imprescindibles. Es decir, dejé un poco de lado mi obsesión, y entonces el taller se llamó “de escritura”, simplemente, usaron hojas de carpeta, ya que no había blancas, y no esperé tampoco hacer el gran momento de la semana o de la vida de nadie (espera que siempre está latente). Me vino bien, claro, y así pude rescatar cosas ricas.

- La lista de oposiciones, como ejercicio de recolección, funcionó maravillosamente. Interesante para tener en cuenta.

- Me di cuenta que la ensoñación guiada es algo que puedo aprovechar para ofrecer cuando no tengo libros (y no sólo). Y que puede tener un valor en sí mismo, aún cuando las escrituras, luego, no sean nada especial.

Dos reflexiones más, a modo de cierre

La primera, escrita durante el taller, mientras escribían.

“En algunos momentos, cuando hablo, proponiendo que cierren los ojos, algunos se ríen. Pienso entonces que lo que estoy haciendo no está bien, o que, al menos, no está bien encaminado. ¿Por qué va a interesarles, si no lo eligieron? ¿Por qué van a venir preparados?

Pero es un sentimiento por el que no me tengo que dejar invadir. Por un lado, porque, si está mal enmarcado, y están sin elegirlo o sin saber bien para qué están, no es un problema mío, sino de la institución en la que estoy trabajando. Por otro lado, porque el espacio sí resulta valioso para algunos de los que participan. Parece algo muy nuevo para ellos, y se los ve, a la mayoría, muy concentrados mientras hablo.

Por otro lado, para los que ríen, el hecho de que yo siga sin inmutarme, jugándomela por la poesía, es también una posibilidad de resignificar algunas representaciones sobre el cuerpo y las palabras”.

La segunda, por la noche

“Lo que sostiene.

Pienso en algo durante el taller: ¿a qué se debe tanto cansancio al coordinar un taller? ¿Qué es lo que habilita a escribir a gente que no lo hace habitualmente? Estas dos preguntas están relacionadas entre sí. Creo.

Una hipótesis: el tallerista funciona como garantía de la expresión. Garante en sentido social: pone su cuerpo, su energía y su investidura para valorizar socialmente la expresión en tanto una práctica, una actividad.

Esto, que es válido para toda práctica docente, implica un acto de sostener largo, pesado, cansador”.

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