Y la entrada, pensada en una lista de temas que quería ir escribiendo, quedó también olvidada. La retomo ahora, en Cochabamba, luego de una mañana en que la herencia convocada vuelve a aparecer con mucha fuerza. Por supuesto, reaparece distinta a como había sido pensada originalmente. Pero de eso se trata.
Relecturas, reescrituras. En dos partes.
I
Nuestro primer almuerzo en Potosí fue en un restaurant ubicado en un cuarto piso, con grandes ventanales desde los que se ve, entre otras cosas el Cerro Rico. Y fue simplemente con sentarme y mirar que algo que era, hasta entonces, un elemento más del paisaje, se convirtió de repente en símbolo, condensando historia, caminos, elecciones. No es que antes no supiera de toda la historia del cerro: pero fue de pronto, al verlo tan grande, tan cerca, tan imponente, que se me cayó de golpe, en el cuerpo, todo lo que él está diciendo, mudo, acerca de la historia de, por lo menos, el continente. En las laderas ajadas, en los agujeros que nacen de todos lados, en la gente subiendo y bajando, se cuenta, ni siquiera tan sutil, la desigualdad monstruosa, inmensa, añosa, la misma que se ve en cualquier tren al suburbano bonaerense, en los porteadores que cargan su peso y más en el camino del Inca, en las pendientes de las afueras de Caracas.
Por dar algunos ejemplos.
Esta entrada es sobre las herencias políticas.
Es que este viaje es un viaje político. Una militancia. Algo de lo que, aunque ya sabía, me cayó la ficha más fuertemente en Potosí. Con el cerro, respirando ahogado ahí al ladito. Y me vino entonces, ya hablando en este blog de las herencias, la necesidad de escribir sobre estas cuestiones. Que no son para nada poco importantes.
Esto va desde algunas grandes declamaciones hasta gestos mínimos: la lectura, todos los días, del Página12, siguiendo la evolución del golpe en Honduras, entre otras cosas. Las conversaciones, con cada persona que podemos, acerca de Evo y el presente político en Bolivia. Nuestra alegría al saber de la gente que lo va a votar, nuestra complicidad. Aún con todas las reservas, las críticas, las dudas, claro. Pero con una cierta certeza de alguien del palo, de alguien con quien compartimos algo que es también muy muy importante.
Lo defino sencillito, como vengo haciéndolo en conversaciones: para mí ser de izquierda es no estar de acuerdo con las desigualdades que parecen naturalizadas, y creer que pueden cambiarse. Por lo pronto, y sin recurrir a ninguna definición pre-armada, y siguiendo con lo que digo cuando una conversa me agarra improvisada. Y yo soy de izquierda. Y desde acá me paro.
Claro que no es casualidad que esté escribiendo esta entrada como una de las herencias. En casa, siempre se habló de política, se plantearon posturas, se denunciaron y comentaron injusticias. Algo tan sencillo como eso: importantísimo. En la mesa, en los viajes, en la lectura compartida de los diarios. En las marchas, a las que muchas veces fui con mis viejos.
No sólo en casa, claro. Tal vez puedo decir: en la casa ampliada. Amigos de los viejos, amigos de otros lados, sobre todo (no en este caso tanto la familia ampliada) también son parte. La primaria, la secundaria, claro. La universidad, por supuesto. Pero algo muy fuerte de la casa (de esta casa ampliada) lo se de la marcha del último marzo, yendo con mi vieja pero encontrándome con otra gente de su mundo, y también del mío. Terminando en un café, mesa grande, conversando.
Importante.
Otra cosa que cuento en el viaje, a veces, y que hoy quiero escribir acá, es que para mí esto es una militancia por la poesía. Y que, de algún modo (no sólo desde ahí, claro) parte también de mi historia de militancia. Militancia jamás partidaria, no por eso menos militante.
Alguna vez, aún en el colegio, me preguntaba mucho por cuál era el modo de cambiar las cosas. En algún momento, sin dudas con mucha influencia de herencias otras, pensé que la educación. Y poco a poco fui pensando que no sólo la educación, sino que dentro del recorrido de la educación, era la poesía no sólo la que me parece importantísima para un mundo distinto, sino (y sobre todo) el lugar que yo elijo. La poesía, aclaro, no es para mí un género literario. Es una forma de relacionarse con el mundo.
Invitando al blog a Gelman, la certeza de que "lo lindo es que se puede decir pío pío en las más raras circunstancias". Gracias Juan, aunque no sepas que por acá anduviste, y no sólo.
II
Cochabamba, esta mañana. Segunda jornada de un seminario, que nosotros dimos, sobre literatura infantil y juvenil, en el Centro Pedagógico y Cultural Simón Patiño. Al que el nombre no le diga nada, por favor googlee. Porque no es dato menor, creo.
El centro es hermoso. Hermoso. Hermoso. Tiene un jardín cuidadísimo, inmenso y muy disfrutable al pasear. Tiene una excelente biblioteca. Una "sala de cursillos" cómoda, impecable. Entre otras comodidades y bellezas. Ya escribiré sobre eso en otras entradas, también.
A nosotros nos contrataron para hacer el seminario para el personal que allí trabaja. Tienen un programa de promoción de la lectura, que trabaja tanto en capacitación docente, con un método elaborado por la coordinadora del área pedagógica, y en bibliotecas repartidas por distintos sectores de Cochabamba. Vinieron entonces, al seminario, los capacitadores, las bibliotecarias, las coordinadoras, y algunos más también. Unos dieciocho.
Dos mañanas. Tiempo lindo para trabajar.
El primer día nos fuimos muy contentos. Hicimos el taller de los mensajes perdidos, y a partir de ahí fuimos trabajando en repensar el concepto de lectura, y cómo ese concepto se puede vincular con las prácticas. Nos pareció, además, que la gente estaba enganchada. Se emocionaron, se asombraron de los azares que marcaron los pasos, propusieron ideas más que interesantes para construir conceptos.
Nos fuimos muy contentos, el primer día. Por eso nos llamó la atención cuando esta mañana, en el intervalo, la coordinadora del área pedagógica se nos acercó para decir que ella esperaba otra cosa del seminario. Más allá del momento poco oportuno para el comentario (suelo esperar a que la persona que está coordinando algo termine su actividad para no generarle un mal momento en plena acción) me llamó la atención las demandas que hacía: que no estábamos dejando ninguna herramienta, que no estábamos planteando el marco conceptual.
Nuestra sensación era exactamente al contrario. Incluso, si tenía alguna preocupación, era por parecer soberbio al citar autores para hacer el cierre en la puesta en común. Y respecto a las herramientas, habíamos trabajado no sólo con varios textos sugerentes, sino también con consignas de lectura y escritura que no sólo gustaron y engancharon en muchos otros talleres, en otros lados, sino también a ellos. La misma coordinadora del área pedagógica había manifestado su alegría por las coincidencias entre una historia que contó al comienzo y el texto que le tocó en el sobre. Que era, oh erudición, del amigo Jorgeluí B.
Por todo esto, pero también por buenos comentarios de otras personas, lo cierto es que no le dimos mucha bola. Y seguimos con las actividades. Luego de la propuesta de repensar un concepto de literatura infantil que no chocase con el concepto de lectura que habíamos acordado el día anterior, se armó un debate lindo. Y más lindo se puso después de invitarla a Laura con su bello bello vaivén (invitada Laura en mi voz, con sus palabras, Laura Devetach, de ella hablo). Porque fue tomando cuerpo, distintas posturas, distintos argumentos. ¿Es posible pensar una literatura para ciertos grupos de edad? ¿Con qué criterios? ¿Qué pasa si un chico agarra un libro de física cuántica?
Lo más rico para cerrar un seminario: lo indefinido.
Entonces esta escena se vino para la entrada de las Herencias III. Tan desubicada como afortunadamente, la misma coordinadora reiteró su reclamo del intervalo. Desubiacada, porque la discusión iba por otro lado, al menos explícitamente. Afortunada, porque permitió poner en juego que en realidad el lado era el mismo. O con muchos puntos en común.
No creo que haya sido esa la razón, pero gracias de todas maneras.
Del libro de física cuántica, varios opinábamos que, aunque probablemente no va a ser científicamente comprendido por un niño al agarrarlo al azar, sí puede, ese mismo niño, encontrar en él, en un contexto propicio, invitante, mucha pero mucha poesía. Es la diferencia entre dos modalidades de lectura: la científica y la literaria, por poner ejemplo. Y si lo que queremos es abrir lugares para el espacio poético, se trata más bien de pensar qué situación que qué libro. Qué contexto, qué mediador, qué formas de mediar.
Respondieron que, en ese caso, puede ser muy lúdico, pero ¿dónde están las intenciones del autor? Respondimos, a la vez: ¿por qué importa qué quiso decir el autor?
Algo respondieron, no muy firme ni elocuente. Pregunté qué pasaba con un texto sin autor: un texto anónimo, un texto hecho con un procedimiento automático. ¿Es ilegible?
No era muy atinado para la paz del seminario hablar de que poca crítica literaria se preocupa hoy, en las universidades, por lo que quiso decir Jorgeluí, por volver al mismo ejemplo de antes. O Saer, o Baudelaire, o Paulo Coelho.
Cedieron, un poco. Aunque no se fueron contentas: querían herramientas. De todas formas, no terminaron de responder tampoco a las últimas argumentaciones. Tampoco había más tiempo. Se fueron, ellas y otros. Algunos nos quedamos charlando.
Y en esa charla, alguien (o álguienes dijeron, tal vez) dijo algo muy claro: se trata de un problema político. Por el control del significado. Es el mismo colonialismo, lo de siempre.
Apellidos ilustres, oligarcas (escribo con cierto placer ingenuo esta palabra, pero, ahora que pienso, no está tan mal, hoy alguien la dijo) de gente bien. Gente que sabe. Y que piensa que los otros no. Que quiere que los otros no. Que se desespera si los otros sí.
Es peligrosa, la poesía.