Recorridos lectores

El viernes por la noche quedaba poca gente en Valdocco. Todos los chicos de los parajes habían regresado a sus casas el jueves por la tarde, y al día siguiente incluso muchos coordinadores habían salido para pasar el fin de semana en sus casas. En el predio, estabámos acompañados solamente por algunos coordinadores y algunos chicos de Santa Cruz que viven en Valdocco de manera permanente. Ellos vienen de la sede que la fundación tiene en el sur, cerca de Caleta Olivia, que aloja a niños y jóvenes que, por cuestiones judiciales, son separados de sus familias. Algunos han ido a instalarse en Chaco, tanto para hacer la escuela como para formar parte de la institución.

Vanesa (dieciocho años) y Maite (trece) son dos de las chicas de este grupo. Y suelen pasarse todos los fines de semana en Valdocco, según dicen, bastante aburridas.

Quizá por eso, quizá porque ya nos conocíamos por el trabajo con Puentes Culturales, del que ambas forman parte, quizá porque veníamos conversando bastante desde nuestra llegada, aceptaron la propuesta de sentarnos, el viernes a la noche, y después de cenar, en un aula, a explorar la caja de libros. No recuerdo, en realidad, cómo surgió la idea exactamente, pero lo cierto es que al poco rato estábamos los cuatro compartiendo historias e imágenes de la caja plateada.

Empezamos por Trucas. Al verlo en la caja, Maite recordó que, cuando lo había explorado el otro día, no lo había entendido. Evidentemente, sin embargo, algo le había llamado la atención. Le pregunté si quería mirarlo juntos a ver si podía encontrarle una vuelta, y se entusiasmó con la propuesta. Vane y Lechu también se mostraron de acuerdo, así que tomé el libro y, desde la tapa, empezamos a recorrerlo.

Para quienes no lo conocen (y recomiendo, de paso, que lo hagan pronto) Trucas (Juan Gedovius, FCE, Colección A la orilla del viento) es un libro compuesto solamente por imágenes. No voy a hacer un resumen de la historia, porque ya otra persona hizo algo así, y está abajo para quien quiera leerlo. Sí voy a aclarar que es para mí un texto muy querido. Lo conocí hace un buen tiempo, a través de Ani (Siro) lo usé para muchas mesas de libros y, además, es el símbolo elegido por el Centro de Lectores de la Escuela San Pedro Claver, coordinado por mi gran amigo el Mago (Javier Maidana) y en el que estuve yendo casi todos los viernes de la primera mitad del año, a hacer trabajo de campo y, por supuesto, a disfrutar de un gran espacio de lectura.



La noche del viernes

Tiempo disponible, en un lugar calmo, poca gente y muy interesada, contexto ideal para meterse en la historia. Y así fue. Sin ningún apuro, fui, desde la tapa hasta la contratapa, ofreciendo y conversando todo el relato, a través de las imágenes, con el grupo. Al terminar, le pregunté a Maite qué le parecía ahora el libro, y sonrió contenta.

Por suerte, la caja tiene también otros libros del estilo. Y aprovechamos para explorarlos uno por uno, comentando, preguntando, proponiendo. Luego pasamos a otros textos: leímos algún cuento, poemas, coplas, saboreando palabra a palabra, línea a línea, mirada a mirada. Debemos haber estado más de una hora ahí dentro, abriendo horizontes. Y nos fuimos recién cuando les propuse cerrar la noche con un cuento de terror en lo oscuro.

La propuesta les encantó. Salimos, entonces, con el libro La dama o el tigre y una linterna de esas que se ponen en la frente. En el libro, está el cuento “La pata de mono”, excelente relato e ideal para noche negra. Caminamos unos cuantos metros, alejándonos de la zona de las aulas, pero sin meternos en el monte, por las víboras. Y ahí, con la orquesta del impenetrable de fondo, dimos voz y aire al relato.

Fue el cierre de un encuentro hermoso, y después de eso nos fuimos a dormir. Pero con muchas sensaciones adentro.

Las lecturas

Maite y Vanesa no se presentan a sí mismas como buenas lectoras, y no se si alguno de sus docentes las piensan de esa manera. Maite arrancó la noche diciendo que Trucas no le gustaba porque no lo había entendido; Vanesa me había dicho el día anterior que a ella no le gustaba leer. Ese rato de la noche se pasaron, sin embargo, un buen y lindo rato entre los libros de la caja.

Lo que quiero destacar acá es que el movimiento de ese rato no se quedó ahí. Por un lado, porque fortaleció y resignificó nuestra relación. Al atravesarla por historias, personajes, imágenes, palabras, pasamos a tener, de un día para otro, un repertorio de horizontes en común, al que podemos referirnos cuando queramos para recordar, aún en silencio, un momento, un lugar, un compartir.

En este sentido, si bien cualquier buen momento compartido tiene probablemente como efecto el resignificar una relación humana, el momento compartido con poesía, con literatura, con libros, puede tener la especificidad de ampliarlo a una multiplicidad de mundos, de ritmos, de caminos.

Por otro lado, quiero rescatar la importancia de lo imprevisible. En ningún momento planificamos este encuentro, ni su secuencia ni su existencia. Y, pensándolo después, tanto Lechu como yo lo pensamos como uno de los más ricos en nuestra estadía en Valdocco.

Recuerdo que, cuando comenzamos a planificar el primer viaje al Chaco, hace dos meses, con Ani y Alejo, hablamos acerca de la importancia de prever momentos abiertos, sin tareas, para dejar lugar a lo emergente. De no hacer planificaciones totalmente cerradas, aún cuando quisiéramos aprovechar al máximo el viaje.

Confirmo ahora la importancia de esa idea, pensando en lo potente que puede ser el equilibro entre metas claras, objetivos planificados, junto con la flexibilidad para aprovechar estos espacios. Y, sobre todo, para confirmar que lo importante es el vínculo, la relación, el encuentro. Que la poesía habilita un canal particular dentro de este vínculo, uno muy hermoso. Pero que se trata de eso.

Los días siguientes confirmaron la importancia del encuentro del viernes por la noche. El sábado por la tarde tuve una conversación larga y linda con Vane, sentados en el pasto, donde nos contamos muchas cosas, compartimos opiniones, ideas sobre el mundo. Y luego la vimos más firme actuando como lectora en voz alta en las funciones, e incluso mucho más participativa de todo el proceso de trabajo de Puentes Culturales.

Además (y esto incluye también a Maite) cuando, el miércoles por la mañana, armamos una mesa de libros en un aula (ver entrada Los espacios abiertos) su relación con todo lo expuesto no parecía para nada marcada por un “a mí no me gusta leer” o un “no entiendo nada”. Algo parecía haberse destrabado y, aunque seguro que no fue sólo del viernes a la noche, tal vez pudo haber actuado como momento bisagra (y esta es una categoría, ahora que la escribo, interesante para pensar el concepto de camino lector).

Respecto a Maite, puntualmente, hubo una escena del encuentro del miércoles a la mañana que merece un apartado propio. Es lo que viene ahora.


Maite y Trucas

(dedicado a los muchachos y muchachas del CDLpT)

El miércoles a la mañana, en el espacio abierto de lectura, Maite llega después de la clase y pregunta qué estamos haciendo. Le cuento que estamos con un rato para explorar los libros, leer y tal vez elegir alguno para llevarse al viaje (al día siguiente partían hacia Buenos Aires por diez días). Decide quedarse.
Ni bien entra, descubre Trucas. Lo agarra y me lo muestra, mientras me mira sonriente. Me pregunta si lo puede “copiar” en una hoja. La miro extrañada, interrogando con los ojos. Como decía antes, Trucas es un libro que carece de palabras.
- Pero lo que me imagino- responde Maite.
Por supuesto, claro, cómo no. Algo incómodo, pero también qué lindo sentirme así de descolocado, notarme, una vez más, más estructurado y esterotipado de lo que creía. Gracias Maite.
Concentradísima, se sienta. Y acá va lo que hace. Así lo dejo.


Trucas Autor: Juan Gedovius 09/09/09

Por Maite Garcés. 13 años.

Estaba un duende muy lindo llevando pinturas para pintar, a él le gustaba mucho ensuciarse y aparte de eso pintar. Pero un día se le apareció una mano diciéndole estás muy sucio te tendrás que bañar, entonces lo metió dentro de una fuente. Trucas no soportaba estar limpio entonces siguió buscando pinturas para ensuciarse, buscó, buscó, buscó, buscó y finalmente encontró un lápiz, pensó lo que iba a hacer con ese lápiz y entonces lo fue a agarrar, pero era la cola de un dragón, Trucas lo miraba pero no sucedía nada hasta que el dragón se despertó, el dragón enfurecido levantó la cola y lo vio a Trucas agarrado de su cola, Trucas salió corriendo pero no pudo escapar del fuego que le largaba el dragón.
Trucas como estaba muy enojado le salía humo por la nariz y entonces se vio que estaba todo negro y empezó a manchar toda la pared, manchaba con sus manos, pies, pelos, todo estaba marcado en la pared.
Finalmente Trucas había encontrado lo que buscaba y aparte de eso le gustaba mucho dejar sus marcas en la pared. Así es como vive Trucas.

Fin.





1 comentario:

  1. "Así es como vive Trucas."


    (luna en virgo polarizada :P - a veces no puedo parar)


    "Así es como vive Trucas.", decía.
    Me voy a ensuciar y vuelvo a seguir leyendo el blog.

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