Escenas de lectura en Valdocco

Escenas de lectura
3 de septiembre, Valdocco Impenetrable



Me toca trabajar con secciones de la escuela secundaria. Sin demasiado tiempo para organizar una secuencia de taller, y también conciente de que los libros más nuevos que hay en la institución no han sido muy explorados, decido armar, en el aula, una mesa de libros. Desarmando la lógica espacial de las clases, ofreciendo un rato de exploración que no es habitual en el cotidiano de la cursada, pienso que es una actividad sencilla que puede ser intensa.

Además, pienso al decidirlo, me permite ir trabajando momento a momento con la docente, e ir haciendo una suerte de capacitación o acompañamiento reflexivo sobre las prácticas de lectura literaria. Esto último no sería posible, sin embargo, ya que se quedó, ella, ocupada en tomar un examen recuperatorio en el aula de al lado.

Entro a la clase de noveno año con la caja. Antes de abrirla, y ofrecer los libros, elijo uno para compartir con ellos y abrir un espacio de intercambio. La dama o el tigre es un cuento que me parece bueno para ese objetivo, tanto por su facilidad para disparar opiniones como porque lo conozco bien. Empiezo, entonces, por ahí.

Sin embargo, al terminar de leer el cuento, la participación es mucho menor de la que esperaba. Algunos opinan, pero no desarrollan demasiado los argumentos, y el debate no se termina de amar. ¿Por timidez? ¿Porque no me conocen? ¿Porque no entendieron el cuento o no les gustó? No puedo saberlo por el momento. Después, sin embargo, me encontraría con que, al cruzarlos, en los días sucesivos, por los pasillos, me mirarían y me harían algún comentario sobre el relato.

En el día mismo de la actividad, propiamente, es la exploración de libros la que despierta mayor avidez. Práctica más íntima, no tan expuesta, y sostenida en un objeto, resulta, evidentemente, más sencilla de sostener socialmente.

Yo me quedo en un rincón. Me acerco cada tanto a acompañar alguna búsqueda, pero las intervenciones son breves. Más bien escribo, o leo yo también. Y miro. Me descubro, como otras veces también, a medio camino entre el tallerista y el etnógrafo. Un lugar que me gusta.

El tiempo y el espacio se fragmenta, en la exploración, en escenas, integradas, al mismo tiempo, en un clima. O al menos así lo vivo y lo conceptualizo yo. Pienso, en ese momento, en el valor de la categoría de escena. Me sirve para comprender la diversidad que late en el aula, y para escribirla (muchísimo, para escribirla). Al mismo tiempo, me pregunto qué otras maneras habría de mirar lo que está pasando. Y, claro, de escribirlo.



Por lo pronto, es desde acá que me paro, y, de escenas, ofrezco dos. Pero invito a todo lector a acompañar esta pregunta. Las fotos también servirán para recorrer el camino.

Celina y la poesía de amor



Ella agarró Los versos del capitán, de Neruda. Me acerqué y, tras preguntarle si le gustaba la poesía de amor (y que ella respondiera que sí) le ofrecí que lea también a Girondo (dejé el libro abierto en “Mi lumía”) y Gelman (señalándole también una página con poemas catalogables en este género). Acepta la oferta (difícil no hacerlo, teniendo yo la investidura docente) y al rato la veo con Gelman entre manos.
Más tarde, me diría que fue Gelman quien le gustó especialmente.

Me quedan algunas preguntas dando vueltas, en el durante: ¿qué fue lo que le gustó de Gelman? ¿Alguna palabra? ¿Algún ritmo? ¿La marca que le da a un libro el ser ofrecido por otro? ¿Qué puede tener en común su placer con Gelman con el mío? ¿Cómo juegan en este placer (por llamarlo de alguna manera) variables culturales, sociales, psicológicas, por nombrar algunas?

Al mismo tiempo, la categoría de “poesía de amor”, propuesta por ella, juega de puente entre su manera de relacionarse con las palabras y la mía. Ahí, encontramos un lugar en común. Y desde ahí podemos compartir, resignificar, redescubrir. También, seguramente, entendemos cosas distintas por “poesía de amor”. Pero eso no importa demasiado mientras nos permita comunicarnos, poner algo en común.

También funciona, el “poesía de amor”, como un mecanismo de repetición y diferencia (algo que creo haber aprendido cursando Teoría y Análisis Literario con Panesi). El género literario, la categoría de clasificación, funciona como pívot, de algún modo. Un punto fijo, y de ahí nos movemos. Y entonces ampliamos el mundo, y también la misma categoría se transforma.

Ya otras veces me planteé, trabajando con jóvenes, estos mismos interrogantes. ¿Hay una experiencia común, que es lo que nos permite establecer el diálogo y arrancar, juntos, el movimiento? Hoy por hoy, pienso que sí, y que esa es la base de una antropología de las prácticas poéticas. Llamemos a esa experiencia “comunicabilidad de lo ininteligible” (Jorge Wagensberg), “espacio poético” (Laura Devetach, Graciela Montes) expresión (el decir lo indecible de Merleau-Ponty) o “lenguaje poético” (Paul Ricoeur) o como sea, me permite poner en común toda una serie de prácticas de escritura, oralidad y lectura que plantean una misma relación con el mundo, aún con sus diferencias.

De todas maneras, las preguntas siguen siendo muchas más. Y seguirán en el camino de la FICYP, andando.

Gonzalo al suelo

Se echó en el piso, contra la pared de la ventana. Tiene en su mano El gallo pinto, de Javier Villafañe. Y lee bastante bastante ensimismado.

Es el único en ir al suelo, el resto siguen en las sillas.

Luego, lo veo sentado en la mesa, escribiendo. Me acerco, espío. Está copiando poemas en su carpeta.

Otro de los chicos está junto a la ventana, patas arriba de una silla, con un libro. Largo rato pasa sin que se mueva mucho.



De chico, yo leía muchas veces panza abajo, sobre un almohadón. Y no era lo mismo, claro que no. El cuerpo necesita abrirse, moverse, hacer lugar para los horizontes que entran (ver después el testimonio de Marcos en el taller con el profesorado de Psicología)

En estas escenas (¿cómo interactúan las escenas, éstas, todas?), tomo conciencia más cabal de lo importante de romper las especialidades cotidianas. Las caras de estos dos chicos, sus gestos, son distintos a los que están en las mesas. No sabría decir bien cómo, pero noto algo de diferente.

Y pienso en lo importante de romper las espacialidades de todos los días.

Modos de leer, días, cansancios

Es poco y es mucho lo que se puede ver en un rato de explorar libros con un grupo de chicos. Además de la pregunta por lo común y lo distinto de la experiencia poética, hay otras preguntas que también es interesante plantear.

Algunos de los chicos leen un solo libro sin parar, todo el rato que dura el encuentro (como una hora y veinte). Otros pasan de libro a libro, ansiosos o aún sin encontrar. Otros cambian al rato de mirar. En cada cambio, de cada chico, hay distintos gestos, sobre todo en el rostro.

¿A qué se deben estas diferencias? ¿Personalidades? ¿Al día que tiene cada uno? ¿A su historia en la relación con los libros? ¿A haber encontrado o no algo interesante? ¿A habitus respecto a las historias, a las palabras, a los libros, al aula? ¿A una relación con la autoridad (yo, en este caso)? ¿A relaciones con los compañeros? Seguramente todas estas variables (y más) entran en juego, ¿cómo comprenderlas? ¿Es necesario comprenderlas todas?

Además, como bien sabemos, las mismas estructuras cambian. De hecho, ése es el objetivo del tallerista, del docente.

Pienso que no es necesario comprender todas estas variables. Por un lado, porque es imposible. Y (Juarroz) “el azar es una mano más segura”. Por otro lado, porque ya con tener a mano estas preguntas (y otras) puedo ir viendo, en el momento, algunas de las importantes.

El taller con Oratorio: ¡Indios para el antropólogo!

Al día siguiente, me propusieron trabajar con los chicos de Oratorio. Ellos son, en su mayoría, wichís, y la distinción entre wichís y criollos es central tanto en Comandancia Frías (el pueblo cercano a Valdocco) como en Valdocco. Desde el lugar del viajero, que los ve un rato y en Valdocco, sin siquiera establecer un diálogo, la distinción se hace manifiesta sobre todo en dos aspectos: el lenguaje es tal vez el principal (aunque hablan castellano, es claramente su segunda lengua), aunque también algo en la fisonomía es distinto. En Valdocco, podemos reconocer las caras de los wichís, o de la mayoría de ellos.

Más allá de esto, el trato es muy distinto (pero claro que se retroalimentan el trato con la autoadscripción). Y es sobre todas estas variables (y acá sí muchas, pero muchas más, que ignoro notablemente) que las preguntas anteriores pueden ir recorriéndose. Por lo pronto, y también en tren de no ahogar al lector, voy a contentarme con describir brevemente lo que hice y lo que sucedió.

Antes, otra aclaración: los chicos que participan en Oratorio están en edad de primaria, y van a contraturno de la escuela. El Oratorio, actividad habitual de las instituciones salesianas, es, de algún modo, una especie de espacio recreativo.

Viernes a la tarde. Decido encarar la actividad en el espacio verde de Valdocco, tanto por mis ganas como porque me parecía lindo para los chicos. Árbol, sombra, caja de libros. Ronda, con varios coordinadores participando también (además, al ser al aire libro, se sumaba el que quería).

Comienzo con un poema de Nicolás Guillén que amo, recité muchísimas veces, y lo tengo incorporado tanto en la memoria como en la voz y en los brazos, creo que en todo el cuerpo. “Canción de cuna para despertar a un negrito”. Dura creo que un minuto, y tal vez es el único minuto de la hora que dura la actividad en el que consigo que los chicos me miren sostenidamente a los ojos.

Cuando el poema termina, intento conversar un poco con ellos, pero no obtengo más que respuestas evasivas. Abro entonces la caja de libros, y los dispongo en el pasto. Hay de todo: libros-álbum del FCE, novelas, cuentos, poemas ilustrados de la colección Los morochitos de Colihue, libros de poesía de colecciones “para adultos”, entre varias otras cosas.

Los disperso, y les ofrezco explorarlos. Se acercan, primero tímidos y luego más resueltos. Se los llevan a sus lugares, y los miran con los coordinadores, los leen, se los comentan entre ellos.

Es ése el escenario que va a perdurar hasta el fin de la actividad, y que yo recorro intentando, casi siempre sin éxito, leerles algo, conversar, mirar juntos.

El único momento en que logramos una pequeña conversación es cuando, integrando también a Pollo, un adulto intérprete, hablamos, a partir de una greguería de Ramón de la Serna, acerca de cómo se dicen algunas palabras en wichí. Eso sí me lo contestan, y me miran interesados. Sin embargo, al rato se diluye, cuando intento meter a García Lorca y sus “Historietas sobre el viento”.

Por suerte para el tallerista, ésa es una actividad que considera “poética”.

Más allá de esto, y sin intentar un análisis en profundidad (que requeriría no sólo más conocimiento del lugar sino un lapso de tiempo mucho más prolongado) hay dos temas que me quedan como pequeñas y parciales conclusiones de la actividad. Uno, que se fascinaron bastante tanto con el objeto libro (no se si en algún lado tienen la oportunidad de explorarlo) como, particularmente, con las imágenes. Las miraban y las leían, creo que en distintos juegos: el único que pude entender es el de buscar parecidos entre los personajes y personas que ellos conocían.

El otro tema que me quedó es el del idioma. Primero, el tener en cuenta que si a mí me ofrecen un taller en inglés (por pensar una lengua que no es la mía, pero que manejo más o menos bien, y que al mismo tiempo considero colonial) no se si voy a coparme demasiado, salvo que sea en un contexto particular y, tal vez, con alguien que conozco. Segundo, que el juego de las traducciones, de los vacíos que se abren entre lengua y lengua, puede ser un espacio muy interesante de trabajo intercultural con la palabra poética.

Más allá, siguen vigentes todas las preguntas. Que seguiremos recorriendo a lo largo del viaje.

4 comentarios:

  1. Y se van abriendo mas preguntas.
    Un error intencional(?) en tu escritura que me pareció muy lindo
    "al ser al aire libro".
    Un abrazo y besos.
    PA

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  2. que interesante todo lo que escribis. La experiencia en si misma y el modo de relatarla. Por supuesto, por mis inquietudes propias, me quedo con el final, con esos chicos wichis, y lo que significa el castellano para ellos. Que no se si compararia con el ingles, porque ellos viven en un pais donde se habla castellano. Es la lengua colonial pero mme parece que es distrinto si es la lengua del pais, no se, me quedo pensando.
    Que bueno ademas tener un espacio con libros, pero con la livbertad de explorar, elegir,

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  3. "y el debate no se termina de amar", gustosísimos deslices - pero nunca se termina de armar ni de amar,

    y sigue el desafío perenne
    (por amar, que armar es consecuencia)

    ***

    bella foto la que retrata a Celina

    ***

    quiero que los nenes wichí me den taller de wichí y saber cómo dicen qué

    Hay prontito acá en baires, lecturas en bibliotecas de textos (asumo que dramáticos aunque no puedo aseverarlo plenamente) en su lengua original (húngaro, rumano, turco, checo, esloveno...) como parte del programa del Fiba (el festi teatral). No saber y dejar que se te vengan las palabras a mares.


    quiero delirar Rumanía, tintín :D


    hasta el próximo comentario
    besos

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  4. parece que nos vamos para rumania con lala liru (que de ahí tiene su nombre). a leer en todos los idiomas.

    leer al aire libro, gracias pepe.

    y está para seguir pensando la cuestión de las lenguas coloniales, nacionales, propias, ajenas. y los contextos de las lenguas.

    cómo se dice qué, para preguntar en todos los idiomas.

    que siga el desafío perenne

    y la rosa (referencia a un temita hermoso de raúl -carnota él- que aprovecho para decir qué lindo qué es, raúl y el tema). que se llama la rosa perenne.

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