Una vergüenza inadmisible

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-136832-2009-12-11.html

No se puede creer.

Macri se autoentierra sin parar.

Los placeres




De la biblioteca del Patiño, nos llevamos al Chapare algunos libros.

Galería, enfrente el paisaje que se ve detrás de los libros, lluvia. Largo rato cómodos, echados, leyendo.

Escenas

Bibliotecas, lectura y comunidad

A comienzos de este año, escribí y presenté, en un congreso de Lectura y vida, un trabajo sobre el concepto de sujeto lector colectivo. No voy a repetir acá todos los argumentos que allí estaban (quien quiera puede pedirlo y lo mando) pero la idea central era que, en el campo de la formación de lectores, no es sólo a los lectores en tanto individuos que podemos apuntar como destinatarios de los proyectos, sino también al lector en tanto colectivo, en tanto comunidad lectora. Si pensamos la lectura en tanto producción de sentidos, esos sentidos son muchas veces construidos en procesos colectivos, que es imposible desarmar en escenas individuales. Lo que lee la comunidad, como un todo, es distinto a lo que lee cada persona, por separado. Y una cosa es tan importante como la otra.

Esta idea de sujeto lector colectivo tiene, al menos, tres conceptos base: el de intersubjetividad, el de hecho social y el de comunidad. Es sobre este último que quiero escribir un poco ahora. Y es que, en los últimos días, se hizo presente en más de un encuentro.

Antes de eso, quiero hacer una breve disgresión sobre la categoría de ayllu.

Para quienes no conocen esa palabra, el ayllu es el concepto de comunidad andino. O algo así como eso. Es un concepto complejo y, obviamente, al escribir esta entrada, no estoy chequeando libro alguno. Bienvenidas las correcciones. Pero como para describir brevemente algunas de sus características, que acá me interesan, el ayllu basa sus lazos sociales en prestaciones rotativas de trabajo. Es decir, en intercambios que no son monetarios, sino construidos a través de la reciprocidad en tareas, que redundan en el bien común. Ser parte de un mismo ayllu, que es una familia ampliada, implica ciertos derechos y obligaciones de trabajo.

Según muchos investigadores, que estudié, mayormente, en la carrera, el ayllu persiste desde mucho antes de la conquista, mucho antes incluso del imperio inca, hasta la actualidad, aún con sucesivas y numerosas transformaciones. Es lo que planteó, en su momento, Mariátegui, haciendo la apuesta por una llegada al comunismo que, en los países andinos, no tuviera que atravesar el capitalismo, sino que se construyese directamente desde las comunidades ya existentes. Y es un hecho que pudimos constatar en varias ocasiones, en nuestro recorrido por estos lares.

Una de ellas, el jueves pasado. Ya en la entrada Las bibliotecas II hablé sobre Teodoro y la red de bibliotecas que, en este momento, él coordina. También en esa entrada conté que, al preguntarle cómo se financian estas bibliotecas que no tienen socios ni reciben, en su mayor parte, aportes estatales, me contó que varias de ellas reciben dinero directamente del barrio, de la comunidad, a través de pequeños impuestos que no pasan siquiera por el municipio. El más común es una pequeña adición al impuesto del agua, que, en algunos barrios, no es un servicio municipal, sino barrial. Además, me contó que algunas de las bibliotecas fueron construidas por los vecinos, en un trabajo conjunto.

Rato antes, esperando a Teodoro, yo le había contado a Jory, quien fue el puente con la red, de las bibliotecas populares en Argentina, y el uso de la categoría de socio: en nuestro país, quien quiera participar en una biblioteca popular debe asociarse, pagando una pequeña cuota mensual, y puede así sacar libros, participar de actividades, etc. En el último tiempo vengo pensando acerca de esta categoría, que me parece sumamente interesante, pensando en la construcción y el fortalecimiento del lazo social.

Acá, sin embargo, funciona de manera distinta. Todos son, automáticamente, y sólo por estar en el barrio, socios. La biblioteca es un derecho de todos, nadie debe pagar específicamente para hacer uso de la biblioteca. Es un servicio de la comunidad hacia la comunidad. Algo que la comunidad considera una necesidad, es financiado a través de un pequeño impuesto, para que todo el mundo tenga acceso irrestricto.

Esto no quiere decir, claro, que las bibliotecas que funcionan con socios restrinjan el acceso a las personas. En general, tienen cuotas muy baratas, e incluso creo que, si alguien no puede pagar, puede ser incluso becado. Sin embargo, creo que el funcionamiento con impuesto comunal es distinto. Conceptualmente distinto. No creo que uno sea mejor que otro: creo que corresponden a distintos tipos de sociedad, y que, en todo caso, ambos tenemos mucho para aprender de los otros.

En este sentido, hay algo de las bibliotecas de acá que me resuena también hacia una idea más amplia, que tiene que ver con los derechos culturales. En el campo de la gestión cultural, la idea de que la cultura (entendiéndola como la producción, circulación y apropiación de bienes artísticos, tal como se la entiende en las áreas de cultura, y no cultura en un sentido amplio) debe autofinanciarse está muy difundida. Sin ir más lejos, acá, un proyecto muy interesante, como el mARTadero (www.martadero.org) funciona en base a ese eje. Y también lo hacen, en Argentina, y por mandato de CONABIP, las bibliotecas populares.

Yo no estoy de acuerdo, para nada, con esta idea. En la vida social, hay actividades productivas y otras que no lo son. Pero que también son necesarias. Todos (o muchos) estamos de acuerdo en que la educación, por ejemplo, debe ser un derecho al que todos puedan acceder sin restricciones. Lo mismo con la salud.

Creo que la poesía (el arte, la cultura, como quieran llamarlo) es tan vital y tan necesario en la construcción de ciudadanía, en la formación de pensamiento crítico, en el abrir espacio a la sensibilidad, en una vida digna, en fin, como la educación, la salud, etc. Todos necesitamos, en muchos momentos de la vida, de enfrentarnos al mundo desde la incertidumbre, de encontrar otras palabras, otros ritmos, de encontrar el puente del olor del infinito, la pasarela para el tigre de los sueños (Madariaga), de dejar que se nos vuele el tejado de la casa del lenguaje (Pizarnik), de cantar pío pío en las más raras circunstancias (Gelman). De ver películas, conversarlas, de bailar, de cantar, de poner el cuerpo. Y tantas cosas.

Es un derecho necesario, una necesidad, entonces, de la que debemos hacernos cargo. Y es una necesidad no sólo individual, sino también colectiva, comunitaria. Es a través del arte que un pueblo construye y cuenta su historia, que encuentra símbolos que lo representen, que transforma lo viejo en nuevo, que abre espacios para sus habitantes. El arte no es un bien de lujo.

Así, dejar talleres, espacios de cine, libros, etc., para que se autofinancien, es desconocer que tal vez el arte sea una parte de la vida que necesitamos incorporar de otros modos.

Un ejemplo, que tal vez sea forzado (en ese caso, bienvenidos los comentarios para anunciarlo): cuando leo un libro en casa, miro una película, no estoy haciendo ninguna actividad directamente (agrego este adverbio porque sin dudas lo es indirectamente) productiva, que en el momento me implique una ganancia material. Al contrario, probablemente sea una pérdida: el gasto de la compra del libro, del alquiler de la película. ¿Por qué, entonces, en el plano social, no mantenemos esa lógica, y pretendemos que una comunidad que lee esté al mismo tiempo financiándose la compra del libro y el espacio para leer?

Dicho de manera sencilla, el arte es una inversión a largo plazo. Una inversión de la comunidad en la comunidad. Y en este sentido, es a la comunidad misma (barrio, pueblo, ciudad, país / asociación vecinal / municipio / gobernación provincial / estado nacional) la que debe decidir en qué se hacen esas inversiones, y realizarlas. Asumiéndolas como un gasto temporal, pero productivo, fértil a largo plazo.

En este sentido, creo que Bolivia es un país mucho más preparado que Argentina (al menos la mayor parte de Argentina) para asumir estas necesidades. Y que, quizá, tenemos mucho para aprender de ellos.

Un último ejemplo respecto al concepto de comunidad, y al nosotros que está implicado en ella. Me lo contó Jory, hablando acerca de las características del quechua como lengua. No se si la recuerdo exacta, en todo caso la corregiré luego. Pero creo que sirve igual para hacerme entender. Una vez, un alemán subió, en su coche, un cerro, en busca de cierto lugar que quería visitar. Era, al parecer, de difícil acceso. Se encontró con un paisano, y le preguntó cómo podía llegar. Él le contestó que no era sencillo, pero que, en todo caso, el podía guiarlo. Le propuso, así, ir "en nuestro auto".

Claro que el nosotros de ese auto no es el mismo nosotros que yo uso, que muchos de los lectores de acá usamos. Pero me parece que ofrece un camino interesante.

Las bibliotecas II

Retomo esta entrada que tengo en borrador hace tiempo.


En Tarija, y luego de un recorrido por las bibliotecas que allí dependen de la municipalidad, me propuse escribir sobre las diferentes políticas de biblioteca que fuera encontrando en otras ciudades. No lo hice. En parte porque no me resultó tan fácil hacerlo, en parte porque fueron surgiendo otros intereses.


Se fueron delineando, sin embargo, algunas líneas en relación a este tema que me parece que pueden seguir dialogando en el blog.



I
Ya lo escribí en otro momento: en un viaje largo, necesito acceder a una oferta interesante de libros en los lugares a los que llego. No tengo la biblioteca de casa, no tengo los varios ejemplares que puedo llevarme en un viaje más corto. Necesito, entonces, pedir prestado.


Por otro lado, acceder a los libros escritos y editados en otro país es también, probablemente, una buena manera de conocer ese país. Encontrar cosas que, en mi tierra, no existen, nombres de los que jamás he oído hablar, corrientes literarias desconocidas. Necesito, entonces, un mediador, alguien que pueda orientarme en estos caminos.


A lo largo de estos tres meses, siempre me las fui arreglando para conseguir, si no una cosa y otra, al menos la primera de ellas. Lo raro, lo que llama (o debería llamar) la atención, es que no fue por una oferta, una disponibilidad de las ciudades. Más bien fue a pesar de la falta de ella, y merced a amigos, contactos, redes que nos fuimos armando. De manera informal, y de difícil acceso, probablemente, para otras personas.


Aún así, hubo lugares en los que me fue imposible conseguir libros. En los sitios en los que estuvimos poco tiempo, no hubo forma de acceder a préstamos.


Vuelvo a este hecho básico como el punto de partida de un derecho cultural. Necesito, para el camino de mi vida interior, un acceso a libros. A una multiplicidad de libros. Me es muy difícil, sin embargo, obtenerlo. Y cuando está, es sobre todo a causa de privilegios especiales. Hay algo que está faltando.



II
De Potosí, no hay mucho que decir. Intenté hacer algo similar a lo que había hecho en Tarija, hablando en la dirección de Cultura. Pero el director, luego de decirme que las bibliotecas no dependían de él, no mostró ningún interés en facilitarme un contacto. Vale destacar que, más allá de que que no era un himno a la actividad, tampoco parecía un ñoqui, ni nada por el estilo. Creo que hubo algo en relación a su proveniencia que puede haber influido. Era músico. Y, al parecer, nada más que músico.


Muchas veces se da este fenómeno: que las áreas de cultura están dirigidas por alguien que viene de cierto campo del arte, y que no tiene interés en ningún otro. No me parece el panorama ideal.

Luego, no hice grandes intentos por encontrar biblitoecas. Pero tampoco se me cruzaron en el camino: ni a través de comentarios de gente que fuimos conociendo, ni en las calles que recorrimos.


En Sucre, el panorama en la dirección de cultura fue similar: "No dependen de nosotros". Tenían un cartel pegado en una pared, que invitaba a un encuentro de la asociación boliviana de clubes del libro. Sin embargo, ninguna de las personas que estaba en la oficina pudo decirme de qué se trataba, ni facilitarme el contacto de alguno de sus integrantes.

Sólo el último día (no estuvimos tantos, de todos modos) nos pudimos acercar a un centro cultural del que nos habían hablado, el centro cultural Pachamama. Un centro con una gran biblioteca. Lechu había ido antes, y conocido a la coordinadora de un taller de lectura que funcionaba en ese lugar. Arregló un encuentro, y nos acercamos aunque sea para dar un vistazo y tener a mano para la próxima vez.

III
El Centro Cultural Pachamama, en Sucre, tiene un edificio bastante grande, ubicado en una zona medianamente céntrica. Al entrar, se ven afiches de varias actividades que se llevan a cabo, pero predomina, adentro, una gran biblioteca. Por supuesto, y como casi toda la política cultural que nos encontramos en Bolivia hasta ahora, está financiado con fondos extranjeros.

Al llegar, nos encontramos con Estela, la coordinadora del taller de lectura. Teníamos dos planes: conversar con ella, un rato, y hacer un recorrido por la biblioteca. Comenzamos por el recorrido, guiados por la bibliotecaria.

Muchos libros, bien ordenados en los estantes. Variedad, disponibilidad (es posible, ahí, elegir los libros mirándolos, tocándolos, y no por catálogo) e, incluso, un sector de literatura infantil y juvenil que, si bien está lejos de estar actualizado, no está mal dotado. Nos contó la bibliotecaria que, además de ir a hacer la tarea, algunos chicos van allí a leer, y que también se llevan libros.

Respecto a los adultos, me contó que hay unos cincuenta lectores que suelen llevarse libros prestados sin contar a los que lo hacen por necesidades de estudio.

Personalmente, me encontré con algunas sorpresas. Muchos libros me hubiera gustado llevarlos, de quedarme más días en Sucre. Pero, más allá de eso, el punto de mayor emoción fue el encuentro con dos colecciones de no mucha calidad literaria, pero que, en mi infancia, fueron de lecturas felices: Los tres investigadores y, sobre todo, Los felices Hollister. De ambos guardo, en casa de mis padres, varias pilas. Ambos fueron objeto de mis búsquedas apasionadas en librerías, cuando niño. Y, claro, motivo de mi instalación en camas, sillones y alfombras de mi casa y otras que frecuentaba en esa época.

La playa, por ejemplo.

Me puso contento encontrarlos. Y saber, también, que también esas "malas" lecturas pueden ser maravillosas, y totalmente constitutivas de un camino lector. Sospecho, además, que, fuera de algunas cuestiones obvias, deben tener también sus lugares interesantes.

La conversación con Estela, por otra parte, fue interesante. Nos contó de su taller, dirigido a niños, al que van a leer y escribir una vez por semana. No es un taller vinculado directamente a las tareas escolares. Sin embargo, lo escolar no queda del todo afuera. Hasta ahora (y me voy al ahora en que escribo esta entrada, más de un mes después del encuentro con Estela) la mayoría de los espacios de lectura están muy vinculados a lo escolar, al currículum, a una lectura para entender mejor.

Sin embargo, aparecieron también elementos interesantes: juegos tipo el cadáver exquisito, trabajo con collage, y, muy presente en el relato de la tallerista, la incorporación de títeres. Junto con ello, por supuesto, insistencia en el mejoramiento de la redacción, ejercicios para obtener la síntesis de los textos, entre otros. Pero, al menos, algo distinto. Un camino.

Nos fuimos, con Lechu, haciéndonos muchas preguntas. Pensando en muchas cosas. Una de ellas, predominante, la sensación de que Estela, en su trabajo, estaba muy sola. No parece haber otros talleres del estilo, no conoce otros recursos, no tiene con quien compartir lo que hace. Y esa soledad hace mucho más difícil el trabajo cotidiano.

Una idea, la de la red de mediadores de lectura, de estar en contacto, compartir experiencias, recursos, registros, me volvió con gran fuerza. No porque no la hubiera pensado antes, en el viaje. Pero acá parecía mucho más clara su necesidad.

Fue el año pasado, en el marco de Libros y Casas, que fuimos pensando, con muchas de las personas con las que trabajamos, la necesidad de construir esta red, incorporando a distintas personas que trabajen con lectura y escritura, en los caminos del espacio poético, tanto en escuelas como en bibliotecas, centros culturales, centros comunitarios, de salud, etc. La idea, la de tener un espacio, todos los que estamos trabajando en esto, para intercambiar experiencias y recibir capacitaciones. Y, al mismo tiempo, alentar a que otras personas, incluso en otros contextos, construyan espacios de lectura.

Eso se cayó, sobre todo por falta de voluntad y de capacidad en la coordinación del programa. Pero es una idea que me sigue dando vueltas. Una idea que, seguramente, va a ser parte de la CIEPA. ¡Preparensén!

IV

Cochabamba es otro panorama. Y aún cuando mañana, último día, voy a conocer otra biblioteca, de la que me han hablado lindo.

Y es otro panorama por varios motivos.

El primero, que nos encontramos con una hermosa biblioteca, la del Simón I. Patiño que, aún un poco a su pesar (de quienes están arriba arriba a cargo) nos facilitó libros varios en todo este tiempo. Primero, tiene una hermosa variedad: Calvino, Guimaraes Rosa, Aira, Baricco, Carpentier, Madariaga, Saer, Borges, entre muchos otros. Segundo, nos dejaron (durante unos días) llevarnos los libros que quisiéramos.

Así, nuestra visita al Chapare fue con un arsenal hermoso, y en la galería de la casa prestada, y frente a la selva, pasamos horas y horas leyendo. Lindo lindo.

Por otro lado, Cochabamba es otro panorama porque nos encontramos con proyectos muy interesantes de promoción de la lectura. Aunque algunos de ellos más potentes en lo que eran que en lo que son, apareció un espacio de prácticas muy interesantes, redes de bibliotecas, seminarios de reflexión, mediadores formados y entusiastas que no había aparecido, ni por asomo, en las otras ciudades. Tal vez porque no lo hallamos, claro, pero tampoco dejamos de buscarlo.

Hay dos ejemplos que quiero destacar en este punto. El primero, la historia del Centro Patiño en sus proyectos de promoción de la lectura, de la que nos informamos a través de gente que perteneció en otros momentos, desde bibliotecas que hoy no son parte. Desde hace por lo menos 25 años que vienen trabajando con talleres, seminarios, redes de bibliotecas, en distintas partes de Cochabamba. Tienen un biblio-avión, tienen buenas dotaciones de libros, gente bien preparada trabajando en esos lugares.

Sin embargo, más potente era antes que ahora. Desde la nueva coordinación pedagógica, obsesionada en combatir el mal de la falta de lectura, y muy pegada, en su trabajo, al curriculum escolar (ver Las herencias III) se han desprendido de la red del Patiño muchísimas bibliotecas, hasta llegar a 4 solamente, fuera de la central, que durante un año estuvo cerrada. Dos de estas cuatro bibliotecas, además (las otras no las conocimos) parecen por dentro más hospitales que espacios de lectura. Ni un afiche, ni una imagen, paredes blancas. Se prohibieron los juegos, se eliminó toda actividad que no fuese orientada al aprendizaje de la lectura: así cayeron distintos espacios que convocaban a la comunidad en su totalidad, no sólo a los niños. Ahora, casi no van adultos.

Por suerte (desde nuestra perspectiva) varios de los mediadores que allí trabajan siguen con una línea de trabajo que, sin dejar de hacer lo que piden desde arriba, generan propuestas más que interesantes. Entre ellas, nos encantó saber la cantidad de cosas que hacen con el origami. Claro que el desmembramiento del equipo anterior, las censuras diversas y una coordinación obsesionada en un problema de entidad dudosa (no he conocido hasta ahora chicos que, con una buena oportunidad, no les guste leer, pero para alguna gente es como si vinieran peor hechos que antes) es duro, triste.

Aún así, como decía antes, hay toda una historia. Y a esto viene el tercer punto.

Hace cuatro años el Centro Patiño dejó de articular a la mayoría de las bibliotecas con las que trabajaba. Les dejaron algunos libros, el espacio, y bien gracias.

Varias de estas bibliotecas, sin embargo, ya tenían una presencia importante en los barrios. Y gente trabajando muy bien. Y decidieron, algunas, agruparse en una red.

Pudimos conversar con el coordinador de esa red, Teodoro. Y nos habló de un panorama que nos encantó.

Las bibliotecas están ahora a cargo de la comunidad. Cómo se financian, fue una de nuestras preguntas. Varias de ellas, a través de un impuesto comunitario (ver la entrada Biblioteca y comunidad). Otras, con un aporte de la alcaldía. Pero varias consiguieron sostenerse económicamente, y sobrevivir.

Son ocho las bibliotecas que forman parte de la red. Tres eran antes del Patiño. Y esperan que, el año próximo, se sumen dos más.

Cuando le preguntamos a Teodoro cuáles son los objetivos, habla de "animación a la lectura". Lo relaciona con ayudar a chicos que tienen dificultades en la escuela, y cuenta de actividades que los ayudan a comprender mejor. Vuelvo a la idea de antes, que no encontramos muchos lugares que apunten más directamente al fortalecimiento del espacio poético.

Por otro lado, desde la red de la biblioteca han decidido visitar a otros barrios para las actividades de animación a la lectura. Para eso, convocaron, en la universidad, a un grupo de jóvenes. Y, tras arreglar con ellos el viático y un pequeño refrigerio, los sumaron a la red. Son seis ahora, que están haciendo actividades en distintos barrios.

Al mismo tiempo, la biblioteca de Teodoro, del barrio Temporal, tiene también su propio grupo de jóvenes. Son entre quince y veinte, de quince a veinticuatro años. El grupo se llama Musuj Muyu (Nueva semilla) y hacen diversas actividades que tienen que ver con "su propia inquietud". El grupo existe hace nueve años.

Actualmente, Musuj Muyu es parte de otra red, más amplia, específica de grupos de jóvenes. La Red de Organizaciones Juveniles Autónomas nuclea distintos grupos en Cochabamba. Cuando le preguntamos a Teodoro qué tipo de actividades realizan, habla de ecología, realidad social, salud sexual y reproductiva. A veces, para estos fines, utilizan teatro o títeres. Pero siempre como un medio, y no como un fin en sí mismo.

Lamentamos no haber conocido antes esta red. Recién la última semana los contactamos. Pero quedamos en escribirles, seguir el contacto por mail, y encontrarnos en un próximo viaje. Hay muchas cosas interesantes por aprender, por intercambiar.

Los usos de la palabra III

I

Muchas veces hablé de esto con amigos. Con ciertos amigos, en particular.

Soy presa de mis palabras. Demasiado, a veces. Y en el vaivén de las conversaciones, en los arranques de entusiasmo, digo muchas veces de las que luego me resulta difícil hacerme cargo. Promesas, representaciones de mí mismo, dogmas. Luego me pesan, mucho. Las palabras me salen a la caza.


El problema, claro, es que luego me siento muy mal cuando no estoy a la altura de lo que dije. Y, aunque esto es en parte porque detesto que la gente no cumpla sus compromisos verbales, lo cierto es que estoy mucho más dispuesto a perdonar a los otros que a mí mismo. Por supuesto.


De todas maneras, me pongo mal tanto cuando yo no cumplo como cuando no cumplen los otros. Ya sea la promesa de escribir un mail, de juntarnos para tomar un café, lo que fuera, si no lo vamos a hacer, si yo no lo voy a hacer, si el otro no lo va a hacer, necesito que eso esté sustentado por la palabra.


Como si la representación tuviera casi más peso que los hechos, casi.


Pienso, igual, con Juarroz, que es más importante que lo que decimos la intensidad con que lo decimos. Sin embargo, no puedo deshacerme de esos pesos, tampoco.


¿Es posible establecer otros usos de la palabra? Seguramente lo principal es transformar la relación conmigo mismo.


(es casi indecible todo esto que estoy diciendo, pero)


Cito a Madariaga: "vuelan todos los puentes / las comunicaciones estallan en fuego y transparencia/ sólo nos queda el puente del olor del infinito / la pasarela para el tigre de los sueños"

II

Estos días Jori, un amigo y colega que conocimos acá en Cochabamba, nos decía que, aunque para él la escritura es algo fundamental en la vida, y aunque ha dado forma final a muchos de sus escritos en libros, no escribe para publicar. Y de hecho, esos libros quedan en pdf. Para ser compartidos con amigos, así dice.

Comparto mucho esa manera de vivir la literatura, la palabra. Tal vez, con transformar la categoría de publicación. El hacer público simplemente como un compartir.

Muchas veces tengo la sensación de que si todos pudiéramos dejar de lado el horizonte de libro, de la publicación y venta en librerías, tendríamos con la escritura una relación mucho más bella, más relajada. Y eso haría mucho bien. En realidad, es la cita que está bastante presente en el blog, de Gianni Rodari, "todos los usos de la palabra para todos, no para que todos seamos escritores, sino para que nadie sea esclavo". Eso mismo estoy diciendo en este apartado, me disculparán, difícil no repetirnos.

(de hecho, tal vez no digamos siempre, y con múltiples variaciones, unas pocas cosas: "no se", "te quiero", "tengo miedo", "hola", y algunas más seguramente / y seguramente lo digamos más con la mirada y el abrazo que con las palabras)

Hoy le decía también a Jori que para mí la poesía es, sobre todo, oral y social. Es una modalidad de relaciones sociales, es algo para decir. Incluyo en esas relaciones sociales a los muchos que nos habitan, al cocktail de personalidades del que hablaba Girondo, digamos.

También me gustó decir eso. Es también lo que me escribía Juli, mi amiga-hermana, alguna vez, luego de una ponencia que presenté este año en la feria del libro: "me encantó verte defendiendo la relación de la poesía y la amistad". Yo no había pensado en eso cuando escribí, cuando hablé, pero bienvenido.

Todo esto iba a rescatar algo que me pareció muy hermoso: lo que sucedió con el texto que publiqué, de José, mi padre, en uno de Los usos de la palabra anteriores. Las resonancias, los comentarios. A mí me hizo mucho bien leer todo lo que pasó, y creo que también le hizo lindos caminos a otros lectores del blog, el poema.

Que no era un poema, creo. No era nada: palabras, dichas, escritas, compartidas, puestas en juego para celebrar la vida.

III
Me compré un libro de Boaventura Sousa Santos (o algo así se llama): un politólogo, un libro teórico, ensayístico, sobre el estado y la sociedad. Y lo estoy leyendo con deleite.

Es que hace varios días, semanas (meses incluso) que me di cuenta que estoy con mucha necesidad de esas lecturas, de esas escrituras. Terminé la facultad, estando de viaje. En los últimos meses, años, estaba ya cansado de artículos, ensayos, teorías. Sobre todo en un momento lo sentí como un discurso vacío, inservible, cerrado en sí mismo.

Me doy cuenta, ahora, no sólo que tiene cosas muy interesantes para aportar a la vida, sino que a mí me gusta mucho. Que lo necesito. No se cuánto me durará esto, veremos. Pero hasta me dieron ganas de seguir, al menos en ciertos fragmentos de mi vida, algo así como una carrera académica.

Tengo muchas ganas de escribir la tesis. Tengo ganas de seguir leyendo, pensando, escribiendo.

Es la palabra, también. En otro uso, pero importante al fin.

Parte importante de este apartado tiene que ver con lo que voy viendo, a lo largo del viaje, en el proceso de Lechu: él no había leído nunca teorías de la lectura, ensayos al respecto, nada de nada. Pero a través de las planificaciones de los talleres, de las puestas en común, de nuestras propias conversaciones, me impresiona ver no sólo lo que él cambió su mirada, sino, sobre todo, lo que nos aporta en nuestra comunicación. Y en la comunicación con los otros.

El concepto de espacio poético es el ejemplo más claro. Pertenece al campo de la reflexión, al ensayo. Y no dudo que hace a una vida más linda, también.

Dice Juarroz: "El pensamiento más profundo sobre algo es también amor a ese algo. Pasados ciertos límites, pensamiento y amor son casi la misma cosa. La poesía lo sabe y lo muestra."


IV

Cierre de un taller, en Tarija, con un grupo de jóvenes. Tanto a través de los escritos como de los comentarios, noto una representación bastante anquilosada de la poesía, muy escolar, muy atadita.

Propongo, entonces, un ejercicio inédito, hasta el momento, en los talleres. Pregunto: ¿qué es, para ustedes, la poesía? Escriban.

Las respuestas, era un poco esperable, no se salían del manual: la expresión de los sentimientos, las rimas, la literatura. Entre los jóvenes, esto.

Había, sin embargo, una niña. De cuatro años, supongo: Fabiana.

(tal vez, fue por ella que hice la pregunta)

¿Qué es la poesía para vos, Fabiana?

"La poesía es un país". Eso respondió.

Inmensa.

V

Hoy, conversando con un amigo de acá, cuya lengua materna es el quechua, me enteré de una palabra hermosa, de esas que invitan: suanaku, que se traduciría más o menos como el acto de, mutuamente, robarnos. La usan, me contaba Jory, para cuando los padres de los enamorados no aceptan que la pareja se arme. Entonces, mutuamente, se roban. Y salen, juntos, con lo puesto, a buscar otra tierra.

Me encantó, lo comparto. Gracias Jori.