Juventud, juventud


I


De “los jóvenes” se trata esta entrada. Lo pongo entre comillas, aunque no me guste mucho encomillar salvo para cita directa, porque realmente es una categoría demasiado compleja, bastante polémica. Y una categoría, por eso mismo, interesante.

¿A qué me refiero con “los jóvenes”? En parte, a un lugar común en el discurso mediático y educativo. Un lugar común apropiado incluso por los propios nombrados. En parte, también, a un referente con una definición más precisa: personas que están en el colegio secundario o que salieron recientemente de él, y lo tienen aún como un faro presente en el mapa. Que, trabajen o no, no son autosuficientes. Que son solteros.

Claro que la definición, como todas las definiciones, falla y tiene excepciones, pero alcanza para dar una idea de qué estoy hablando. Además, la referencia que intento construir en esta entrada está a medio camino entre el concepto que intenté cerrar y la categoría que puede escucharse a cualquier buena vecina. Creo que una buena antropología debe ser reflexiva en cuanto a su propia producción de conocimiento, y tener en cuenta que los conceptos con los que trabaja son también parte del lenguaje en general, o al menos deben pensarse en ese sentido, si no queremos ser un laboratorio, al menos únicamente.

Y, cito creo que a Roger Keesing, aunque no estoy seguro, es mucho más interesante pensar en alzar la teoría a la práctica que en bajarla.

Pasada la digresión epistemológica, la segunda pregunta: ¿Qué hago acá escribiendo sobre “los jóvenes”? Esto tiene que ver tanto con una búsqueda en una política cultural como con emergentes que se nos cruzan en el viaje.

Quiero decir: si por un lado hace por lo menos seis años que trabajo con jóvenes, formando lo que hoy llamamos mediadores culturales, y lo hago a consecuencia de un trabajo conjunto, reflexivo, que es parte de un proceso, por otro lado ha aparecido tanto en Tarija como en Valdocco (también en Orán y Potosí, pero creo que con menos fuerza) el pedido de trabajar con grupos de jóvenes.

En el primer caso, la apuesta tiene varios motivos, que voy a resumir brevemente: la disponibilidad de tiempo, la posibilidad para cuestionar estructuras (algo que va bien con la poesía)y la energía que suelen tener las personas que son llamadas “jóvenes” en los contextos sociales en los que me muevo más habitualmente. Por estos motivos es que, tanto con los Centros de Lectores como con Puentes Culturales hemos apostado por formar grupos de jóvenes mediadores culturales, para que, como multiplicadores, desarrollen un movimiento cultural a nivel comunitario (los que quieran ampliar, compren el libro, Puentes en el viento, Aique, debe estar por salir). En el segundo caso, la demanda tiene mucho que ver con una serie de representaciones instaladas sobre los jóvenes: que se drogan, que toman, que no sirven para nada, que son vagos, que no leen, etc.

Obviamente no voy a ocuparme ahora de cuestionar esta representación, es un tema harto tratado por mucha gente.

Dos ejes, entonces, que llevan a que me parezca interesante hacer ciertas preguntas: ¿Quiénes son estos jóvenes? ¿Qué intereses tienen (claro que estoy hablando de cada lugar en particular, con cierta posibilidad de generalizar)? ¿Cómo se nuclean, en torno a qué símbolos, a qué dinámicas, a qué valores, a qué lógicas? Esta pregunta me parece muy relevante, en tanto para pensar una política cultural con jóvenes es imprescindible construir una convocatoria, y hacerla sobre las redes ya existentes. Y nuevamente, al igual que con las bibliotecas, quiero rescatar este fragmento de la entrada. Las preguntas, sobre las que ahora voy a avanzar un poco, pero que quedarán dando vueltas para retomar también en otros lados, y, ojalá, para que retomen, cuestionen, amplíen, otras personas.

Invitados.


II

Quiero retomar, principalmente, algunas experiencias en Tarija. Allí trabajamos con dos grupos de jóvenes, formados por personas de 13 a 26 años, aproximadamente, y construidos en igualdad formal entre sus participantes, aunque con liderazgos muy marcados. El primero, y con el que más estuvimos, fue Amigos sin fronteras. Lamentablemente, escribo esto ya fuera de Tarija, y no puedo relevar muchos datos acerca de ellos, más allá de lo compartido. Pero hay algunos elementos que sí están. El segundo grupo no tenía un nombre particular, pero sí una pertenencia a un proyecto, Proyecto Guadalquivir, y una categoría clara de autodenominación: “líderes”.

Ambos grupos están en relación con un país extranjero, y de lo que llamaríamos el primer mundo. Los Amigos sin fronteras están en una especie de intercambio con un lugar de Bélgica, cerca de Amberes, no recuerdo el nombre. Algunos ya viajaron para allá, y también vinieron belgas para acá. Todos los que conocieron ese lugar tienen una visión muy idílica de él, por lo poco que pude escuchar. Del otro grupo, aunque no pude investigar tanto acerca de su formación, se que están en relación con algo de Estados Unidos. Hay, en el lugar donde funciona el proyecto, un gran cartel de USAID, y el término “líder” parece tener una procedencia que tiene que ver con esas latitudes.

Otro punto en común es que ambos grupos tienen referentes adulto, con los que organizan actividades. En el caso de Amigos sin Fronteras, no es de una manera formal, pero están permanentemente en contacto con la Oficialía de Cultura. El grupo del proyecto Guadalquivir tiene una especie de coordinadora, Teresa, además de Delina, responsable de una biblioteca que funciona ahí.

Más allá de esto, hay otras preguntas que me parecen relevantes. ¿Qué motivaciones los nuclean? ¿Qué dinámicas? ¿Qué actividades? ¿Para qué se juntan?

Hay dos puntos que están muy presentes: el trabajar para otros jóvenes, principalmente, tomando como eje el discurso común de los jóvenes que toman y se drogan, etc., y el trabajar para niños, en general niños pobres, por decirlo sin eufemismos. El Otro como referencia, sea niño o joven (pero jamás adulto) parece imprescindible. Esto va agarrado a un poco cuestionamiento del sí mismo. Se trabaja, en general, con una idea de transmisión de valores. Y con un supuesto de que esa transmisión de valores va a hacer un mundo mejor.

Las actividades que ponen en juego estas ideas suelen ser apoyo escolar, juegos y talleres en los que principalmente se busca transmitir uno o varios valores. En el caso de los Amigos sin Fronteras, van a escuelas, si no me equivoco. El grupo del proyecto Guadalquivir trabaja ahí mismo (ahicito). Además, y al menos los Amigos sin Fronteras, se reúnen a comer asados, juntadas, etc. Hacen gala de la amistad, digamos.

Todo esto puede parecer obvio, pero creo que es importantísimo tomarlo en cuenta. Y que, en el caso hipotético de trabajar con un proyecto con jóvenes, es la base que existe, sobre la que necesariamente se debe trabajar. Creo que, más allá de este panorama muy desde arriba, es necesario ver en cada caso cuáles son los símbolos relevantes, las dinámicas con las que se trabaja, etc., en cada lugar en particular. En vez de comenzar desde cero, formando grupos nuevos, puede ser mucho más potente trabajar sobre lo que ya hay, e incluso negociar con eso.

Me hace pensar, esta situación, en algo que me llamó la atención cuando estuve en Venezuela. Allí, el gobierno de Chávez creó la Universidad Bolivariana, paralelamente a la universidad pública. Por supuesto, y más allá de que, según mucha gente, la universidad nueva es de muy bajo nivel, este paralelismo es un caos. E implica, creo, esconder debajo de la alfombra. No hacerse cargo. Trabajar desde el dogma.

Es mucho más difícil (pero mucho más interesante, y mucho más poderoso) negociar significados, objetivos, lógicas de acción. Proponer lo que uno elige, tratar de ser escuchado. Pero no dejando de lado lo otro. Implica un cuestionarse permanentemente los propios valores, los propios proyectos. Pero creo que es necesario.

En este sentido, se abre otra pregunta. ¿Cómo resultó la propuesta de trabajar como mediadores culturales? Aclaro, para los que no están familiarizados con el término, que usamos mucho en Puentes Culturales. Un mediador cultural es una persona que, aunque no sea productora de bienes artísticos, media entre ellos y la comunidad. La idea de formar mediadores culturales no es formar artistas, sino personas que, familiarizadas con diferentes lenguajes artísticos, puedan no ser los destinatarios últimos. Y así ser lectores para otros, organizadores de espacios de cine, coordinadores de talleres, etc.

Para grupos que trabajan con un objetivo muy presente de transmisión de valores, no es sencillo enfrentarse a la celebración de la ambigüedad que, por lo general, pone en juego el espacio poético, el arte. En la puesta en común de los talleres, muchas veces los planteos iban a cómo trabajar valores a partir de dinámicas como estas. O en quedarse simplemente en que era muy lindo por el “relajamiento” (ver otra entrada sobre esto, ya voy a escribirla). Algunos, en cambio, notaban una diferencia y construían su relato, en la puesta en común, desde una estructura antes/después. Pasa esto muchas veces con los talleres. Y mucho se ve en las caras.

Muchos se quedaban en silencio. Pero ahí muchas veces van las resonancias.

En las puestas en común, hicimos también propuestas concretas, contando del proyecto de Puentes Culturales: ir a leer en voz alta a las escuelas, armar espacios de lectura en las bibliotecas, hacer movidas en la radio, construir cines con intercambio, entre otras. En Amigos sin Fronteras, nunca, creo, llegaron a entender muy bien qué proponíamos. O no les interesó. Luego de los dos primeros talleres, conversando con dos de ellos, informalmente, acerca del tema, sugirieron que tal vez podrían ir una vez por mes a hacer una actividad así a algún lado. Pero parecía más de compromiso conmigo, además de que poco impacto puede tener algo con tan poca presencia.

Con el Proyecto Guadalquivir fue algo distinto, porque Delina, la bibliotecaria, propuso concretamente armarlo y algunos de los chicos se mostraron interesados. Pero aún así parece muy lejana la realidad de un espacio así. Es muy lejano, creo, a los modelos presentes, a las lógicas que suelen seguirse.

En la puesta en común en Guadalquivir, fue toda una novedad, por ejemplo, que el leer un cuento podía no tener ninguna actividad después, y que no tenía por qué llevar a un significado, una interpretación en especial. Algunos de los chicos se fueron contentos con esta idea. Otros, aún cuando la conversamos largo, y no desde una bajada de línea (varios de los chicos intervenían opinando, diciendo) no escucharon en lo más mínimo, y seguían en su mundito.

Hace falta laburo, claro. No alcanza con un par de talleres. Y menos si no hay un apoyo, una línea política oficial. Y si no hay libros. Pero vamos andando, vamos viendo. Yo creo que van pasando cosas, y que pueden pasar más.

2 comentarios:

  1. Juventud juventud! ojalá nunca quedes encerrada en tus propias comillas!
    está buenísimo pensar sobre eso,creo q la incomodidad al encomillar tiene que ver con una sensación de aniquilamiento de la potencia que puede haber en eso, del otro siempre misterioso, del encuentro siempre incalculable.
    bajar línea con la teoría, y matar la experiencia.
    No me acuerdo qué autor decía, primero el saber relacional, después el disciplinar. nunca al revés. A´sí como Alicia, "primero las aventuras que las explicaciones se llevan demasiado tiempo!"
    Paloma

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  2. Gracias Palo por el comentario, siempre enriqueciendo.

    Me parece muy buena la línea entre el encomillado y el otro misterioso.

    Y de Alicia, siempre bienvenida, gracias.

    Un abrazo

    Martín

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