Un cuento

Escribí, hace poco, una entrada acerca de los objetivos en los talleres. Las tensiones en las correspondencias (y las no corrrespondencias) de la realidad con nuestras ideas de la realidad, con nuestros deseos, con las palabras, con los planes, están muy presentes en esa entrada. También en otra, acerca del llegar de la nada a un lugar, del anticipar o no un movimiento, un camino.

En todo este tiempo, antes de escribirlas, durante y luego, pensé mucho en un cuento que leí hace tiempo, varios años, y se lo conté, tal como me lo acordaba (por supuesto, distinto a cómo era) a Lechu. Le gustó lo que oyó, y a mí me dieron más ganas de compartirlo con otros. Pedí autorización y material, recibí uno y otro.

Con una aclaración, que me gustó, que fue la de poner seudónimo. Va entonces, convidando. Ojalá les guste como a mí.

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SIEMPRE


Eran las ocho en punto, y como todas las mañanas abrió los ojos sobresaltado por el timbre del despertador. Miró a su alrededor buscando un indicio, una pista, algún elemento que lo sacase de su estado de asombro. Se sentía vacío, transparente, como si su historia fuerse un espejo estallado en mil pedazos
. Un hombre sin historia ni nombre.
Entre medio de sus sensaciones alcanzó a manotear el despertador.
Un sol tenue entraba por la ventana, trayendo recuerdos irreconocibles y mimetizados con esa luz que todo lo tocaba.
Con una mirada profunda recorrió lentamente cada uno de los espacios de la habitación, tratando de descubrir aquello que se le escapaba.
Frente a su cama, sobre una pared rosa viejo, colgaba una reproducción de Esher, aquella donde una mano dibuja otra mano que dibuja a la primera.
A su derecha, en un espejo manchado, lo sorprendió la imagen de un hombre tirado en su cama con la barba a medio crecer y despeinado. Un movimiento involuntario de su mano para espantar una mosca y su reflejo, marcaron en forma inexorable la identidad del desconocido.
La única puerta que había se encontraba cerrada, impidiéndole saber mas del lugar donde se encontraba.

Al lado de la pequeña ventana por donde se filtraba la luz vió una mesa junto a un cartel rojo grande escrito con una letra firme e intensa :

“La oscuridad que te rodea, las sensaciones que te invaden, el aturdimiento que te acompaña tienen una explicación.

Por favor seguí las instrucciones.

- Prepará el despertador para que mañana suene a la misma hora.
- Leé detenidamente el contenido de la carpeta amarilla que está en la mesa verde.

No olvides, al terminar el día, de escribir lo acontecido en la carpeta."

" Somos nuestra historia”


Acompañaba a la nota una firma y una aclarción “Yo”

Cada mañana estaba signada por esta misma rutina.
El despertador, la confusión, la nota y a continuación la lectura minuciosa y regeneradora de sus escritos.
Este rito se repetía desde siempre.

Acariciando cada frase, cada palabra como el tesoro mas preciado, sentía como recobraba la vida, la historia, cada recoveco perdido de su identidad.
Su niñez, sus padres, los sabores, los olores, los colores, las miles de sensaciones perdidas , se ubicaban en su lugar a medida que sus ojos recorrían cada página de la carpeta. Así es como lo hacía todos los días de su vida, como si fuese la primera y única vez.

Eran las cuatro de la tarde cuando terminó de leer la carpeta amarilla. El día casi se había consumido.
Recién ahora sabía que el "YO" de la firma no era otra persona que él. Sabía también que le quedaban pocas horas para vivir. No más allá de las 11 de la noche debería comenzar a escribir la historia del día. Debía cumplir con la rutina porque era la única forma para mantener su recuerdo, su persona, su existencia.
Esta vez, a pesar de saber que el tiempo libre era cada vez más escaso, decidió comenzar a escribir inmediatamente.

28 del mes actual del año en curso. 16 horas.



Hoy desperté y tal cual indicaban las instrucciones releí toda la carpeta amarilla. Pero apenas concluí no pude evitar comenzar a escribir.

Pachelbel suena y me conmueve.
Esta vez no puedo esperar el anochecer.
Sé que cada línea que escriba se multiplicará por cada día de mi vida, y será leída una, cien o mil veces, consumiendo preciosos minutos tal vez destinados a vivir. La disyuntiva es clara, la respuesta correcta no. Necesito seguir escribiendo, y hoy esta es la única respuesta válida.

De golpe las lagrimas comienzan a brotar. No se por que ni para que.
La mentira invade mis sensaciones.

Nada de esto, ni siquiera mis lágrimas, ni esta escritura parecen tener sentido.
Es una pequeña actuación para tratar de invocar algo mágico, especial, para que piense que vivo, que pasan cosas, que soy capaz de emocionarme, que hay algo.
Pero descreo totalmente de las invocaciones. Esto es puro teatro.
Necesito crear un hito en el tiempo, una marca, que me indique que el tiempo pasa.

No es fácil escribir. Hay que tener algo para decir o algo para entender, o tal vez justamente tengo que escribir lo que no se, lo que pienso y me olvido, lo que siento y me olvido. Las cosas no quedan. Tocan y se van, no se hacen carne, dejan de existir una vez acontecidas. Ni siquiera las cicatrices quedan.

Acabo de leer en la carpeta amarilla que en el día de ayer un taxista me dijo:
- Por suerte ahora llego a casa, me saco los zapatos, prendo la tele y me distraigo un poco.
¿De que carajo se distrae? ¿De la vida?.

En este momento Vivaldi, con sus cuatro estaciones invade el aire, pero no encuentro la forma de apropiarme de ello. No puedo hacer que sea parte de mi. No puedo lograr que deje huellas. Estoy solo de vuelta. El dolor y el placer se apoderan de mí

¿Como hacía Vivaldi para sacar de adentro la música?
¿Cómo se hace para poder entrar en contacto con la vida?

Esa noche se sentó nuevamente a escribir su historia. Pero solo escribió dos lineas. Pensó que tal vez era mejor cambiar un recuerdo de su vida por una vida sin recuerdos.


Mijael Imbesau

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